REVISTA DE TEATROS.
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LA TORRE DE LONDRES, drama de M. Carlos Lemaitre. - UN TÍO Y UN SOBRINO, comedia de D. N. - LA GRANDEZA DE ALCORCÓN, id., de D. Emilio Mozo de Rosales.
Lord
Duglas, (Douglas) heredero de un nombre tradicionalmente unido
al de los Estuardos, y fervoroso partidario de Carlos I, cuya cabeza acababa de rodar en el cadalso, no podía escapar a la implacable
suspicacia de Cromwell. Próximo a sufrir el castigo de su lealtad,
sus numerosos amigos determinan salvarle a viva fuerza. El conde John
Murray es el alma del complot. Ligado él y su familia a Duglas con
ese parentesco del corazón, mil veces más íntimo y dulce que el de
la sangre, concibe para libertar a su amigo de infancia un plan
atrevido. Compra a peso de oro la fuga del verdugo, y con el nombre
de John Walker, (marca conocida de Whisky) que había adoptado
para burlar las pesquisas del Protector, le escribe una carta
suplicándole le permita ejecutar a lord Duglas, asegurándole que
nunca el deseo de venganza habría dado en semejante ocasión un
golpe más certero.
Así, no sólo hará cesar Murray toda
gestión para buscar un nuevo verdugo, sino que podrá favorecer
eficazmente la huida de Duglas, cuando el montañés Toby, fiel y
antiguo criado del conde, se lance puñal en mano al frente de los
conjurados para libertar al ilustre reo.
Cromwell
accede a la petición de John Walker; pero llegado el día marcado
para decapitar al lord duque, Murray ve surgir con desesperación un
obstáculo terrible, con la aparición de un tal Hulet, infame
libertino plagado de deudas, que anheloso de apuntalar el edificio
ruinoso de su fortuna, ha solicitado el honor de reemplazar también
al verdugo, mediante los honorarios convenidos. Hulet se apersona con
Walker, deseoso de conocer a su estimable colega, y este determina in
pectore pagar tan fina obsequiosidad con un buen hachazo. Llegados al
centro de sus respectivas operaciones, y cuando Murray murmuraba su
nombre a los oídos de Duglas que con el cuello en el tajo aguardaba
el momento fatal, este le confiesa con frases entrecortadas por el
dolor lo que ya le había indicado Hulet, a saber:
que ha
seducido a Clara, hermana del conde, que había desaparecido algún
tiempo hacía de la casa paterna. La revelación de tan atroz
villanía es un golpe mortal para Walker, que vencido por su angustia
cae desmayado en el patíbulo, y Hulet puede entonces cumplir con su
deber.
Vuelto en sí Murray, lo primero que ve es la cabeza inanimada de Duglas; y la duda horrible de si le ha decapitado o no, le enloquece.
Sentado Carlos II en el trono de Inglaterra, miss Clara, que ha jurado descubrir a los dos verdugos de su amante, logra por fin ver colmados sus deseos con la prisión de Walker, a quien Hulet ha delatado, vengándose de la parsimonia con que, en concepto suyo, ha satisfecho aquel su insaciable codicia.
El
duque de Hamilton, hijo de lord Duglas y privado del monarca
reinante, está plenamente convencido de que Walker es uno de los
verdugos de su padre.
No contento con la prueba plena de haber
reconocido la desventurada esposa de Murray la firma del conde puesta
al pie de la carta que escribió al Protector, dispone en la cárcel
un simulacro de ejecución, con el doble objeto de hacer recobrar a
John Walker su razón extraviada que hacía imposible legalmente su
condenación, y de obtener mayor seguridad de su delito.
Pero apenas sabe el verdadero nombre del reo, determina hacerle huir secretamente. Entonces Hulet, a fuerza de artimañas y en premio de haber delatado a su ex-colega, logra ser nombrado alcaide de la cárcel en donde se halla Walker encerrado. Pero reconocido por este como su co-ejecutor, Hamilton hace encerrar a los dos en un mismo calabozo, esperando de este careo toda la luz que necesitaba para el esclarecimiento definitivo de la verdad. Walker entonces, a quien Toby ha entregado la llave que ha de abrirle las puertas de su encierro, se dispone a marchar, cuando Hulet, que ignora esta circunstancia, para acibarar caritativamente los últimos instantes de su compañero, le declara que él sólo decapitó al lord duque, pues el desmayo del conde le había imposibilitado de levantar siquiera el hacha. Murray, entonces, ebrio de gozo y completamente curado de su locura, le da la llave salvadora, a cambio de una carta en que Hulet declare solemnemente ser el único autor de la ejecución de Duglas.
Pero el duque de Hamilton ha presenciado desde un aposento contiguo al que entrambos ocupan, la mencionada escena; y, en el momento en que Hulet se disponía a fugarse, entra seguido de la esposa de Murray, y de su hermana miss Clara, que no había conocido al que perseguía con tanto encono, sino cuando era casi imposible su salvación. Patentizada la inocencia del conde, le abrazan todos con extremos de alegría, y finis coronat opus.
Este es el argumento del drama de Lemaitre y compañía, que el Sr. Chas de Lamotte ha traducido no sin algún esmero. Adoptaremos la forma interrogativa para formular las observaciones que esta producción nos sugiere:
1.a ¿Qué necesidad tenía Cromwell de comprar un verdugo, teniendo gratis tan precioso dije?
2.a ¿Es natural que un hombre del temple de John Murray se desmaye como una mujercilla cuando más necesidad tenía de su entereza?
3.a
¿Por qué M. John, en lugar de volverse loco con el único objeto de
dar materia a M. Lemaitre para manipular un melodrama, no averiguó
por boca de su apreciable coadjutor quién de los dos había dado
mulé al pobre señor Duglas
(Q. E. P. D.)?
4.a
¿Es concebible que la interesante miss Clara no supiese l‘adresse de la casa en donde habitaba su hermano, ni el
intríngulis de su pseudónimo, ni conociese al menos a su señora,
ni a su unigénito el condesito, ni al antiguo criado de la casa, al
tío Tobías, que le había dado papilla tantas veces?
5.a
¿Cómo diablos se le ocurrió a Valker ocultar a su familia
la broma que quería gastar con el hombre más serio de Europa,
arrancándole con su improvisado oficio de verdugo pour rire una de
sus víctimas más codiciadas?
6.a ¿Por qué no dio un papel en la función de tan donoso escamoteo al mismo escamoteado? ¿No podía lord Duglas, si hubiese estado en el secreto, coadyuvar al intento de sus libertadores, cuyo plan tanto le importaba saber?
7.a ¿Tan romo de chirumen era el caballero Hulet que de tan tuno se las echa, que se comprometiese hasta el punto de ser alcaide de la cárcel que encerraba al que podía delatarle a su vez? ¿Se concibe tan majadera imprevisión en un perro viejo como el honorable pillo en cuestión?
Si no estamos dotados de un entendimiento cipayo, desgracia que lloraríamos eternamente, se nos antoja que el melodrama de M. Lemaitre (fils) se cae al suelo con un par de puñetazos que le dé cualquiera de las observaciones inocentes que acabamos de hacer.
Un tío y un sobrino son un par de gansos, que durante dos actos, eternos como la paciencia del público de Madrid, están haciendo oposición de majadería, y por fin ganan los dos. Sería curioso averiguar qué entiende por comedia el autor de Un tío y un sobrino, y por nueva el que nos da en tortilla lo que el Sr. Olona nos da en salsa con la segunda parte de El Duende. Peor es meneallo.
El
pensamiento de La grandeza de Alcorcón es el mismo del Barón de Illescas. Como juguete destituido de pretensiones literarias, no es
completamente despreciable, pues abunda en chistes de buena ley y
está versificado con facilidad y soltura. El Sr. Rosales, su autor,
tuvo el buen juicio de no presentarse en escena cuando sus amigos le
llamaban. La Sra. Hijosa, este precioso bijou del teatro español,
representó con sin igual primor y donosura su papel de alcorconesa.
- He dicho.
FIN DEL TOMO I.